Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927-2014), el gran nobel escritor colombiano, se ha ganado el clamor y respeto de miles de personas a través de sus obras, en cuyas letras encierra una laguna mágica, lindada por las cordilleras de la cruda realidad. ¡Entérate en esta biografía de Gabriel García Márquez cómo y qué lo llevó a hacer historia en la Literatura Universal!
Biografía de Gabriel García Márquez resumen
Índice
- La concordia entre los García y los Márquez
- Gabriel García Márquez: un pequeño gran escritor
- Infancia: un pie en la fantasía
- Infancia: un pie en la realidad
- Gabriel García Márquez: una premonición aterradora
- Constante lucha con la pobreza
- Vida romántica de Gabriel García Márquez
- Un solicitado redactor: de Bogotá a Cartagena
- Un solicitado redactor: de Cartagena a Barranquilla
- Obras literarias de Gabriel García Márquez
- Legado y últimos años de vida
La concordia entre los García y los Márquez
Nació el 6 de marzo de 1927 en casa de sus abuelos maternos con ayuda de la partera de la familia. Alrededor, su abuela, junto a la servidumbre de la casa (todas mujeres), se encontraban expectantes ante el alumbramiento de el primogénito de Luisa Santiaga Márquez Iguarán y de su esposo, Gabriel Eligio García; quienes acordaron bautizarlo como Gabriel José de la Concordia García Márquez.
Su tercer nombre (de la Concordia) se debió a que fue su nacimiento el que unió ambas familias, separadas en un principio por el descontento de sus abuelos con la relación de sus padres; pues alegaban que un «simple telegrafista» sin estudios universitarios no le podría dar a su hija la vida que merece.
Lo cierto es que, Eligio García, no pudo culminar sus estudios de medicina por falta de recursos económicos. Pese a eso, cuando se retiró de la telegrafía, sus conocimientos básicos de la carrera, más un curso de homeopatía, le sirvieron para abrir una farmacia que más adelante le ayudaría a mantener a sus quince hijos; once que tuvo con Luisa Santiaga y otros fuera del matrimonio.
Gabriel García Márquez: un pequeño gran escritor
Gabriel vivió gran parte de su niñez en casa de sus abuelos maternos, específicamente hasta los ocho años de edad; tiempo que él mismo describe como la época en que, aun sin saber leer y escribir, mostraba signos de futuro escritor.
Le encantaba escuchar los cuentos reales o fantasiosos que le narraban los adultos, e incluso los cotilleos y experiencias que se asomaban en sus conversaciones. Cada viajero con que se encontraba un miembro de la familia o que visitaba la casa tenía algo interesante que contar, y las historias que narraban las canciones de los acordeoneros ambulantes se le hacían fascinantes.
Su gran capacidad de absorber y brindarle un toque auténtico a las historias le permitía plasmarlas en las tiras cómicas que solía dibujar de niño. Transmitir ideas y sensaciones se convirtió en su talento y actividad preferida del día a día, y que constantemente perfeccionaba a medida que su abuelo le hacía relatar en la mesa las películas que veían en el teatro.
El mundo en aquella casa era muy polifacético; por un lado, las criadas y el resto de las mujeres de la familia, maternales, dulces e inocentes, pero de carácter fuerte; estaba la abuela Tranquilina, Mina, como él le llamaba, con sus supersticiones y señalando los eventos sin explicación como «cosas del demonio», y por último, el lado realista y crudo de la vida que le enseñaba el abuelo Nicolás, Papalelo, su única imagen masculina para entonces.
Infancia: un pie en la fantasía
Nuestro aclamado novelista afirmaba en sus memorias ignorar que su vocación era la escritura creativa hasta después de los veinte años de edad, cuando trabajaba como periodista y se desenvolvía en un grupo literario de Barranquilla, quienes conocían mejor que él el arte de novelar y le compartían sus conocimientos. Sin embargo, recuerda retazos de su infancia en los que se vislumbraba una gran curiosidad hacia los libros y diversos fenómenos fantásticos que ocurrían en su familia:
La mayor influencia en el aspecto creativo de sus obras la tuvo su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes; una mujer fácilmente impresionable y supersticiosa, que creía en los malos augurios y premoniciones de los sueños, espantos, mitos urbanos, exorcismos y en el poder purificador de una cruz.
Los recuerdos de su infancia fueron vívidos; los adultos solían codificar lo que decían delante de él sin saber que en realidad entendía e interpretaba todo, para luego repetirlo con ciertas modificaciones fantásticas.
Gabriel García Márquez siempre pensó que la habilidad de la escritura iba mucho más allá de desarrollar una historia uniendo versos y jugando con la semántica; lo explica como una perspectiva de vida en la que siempre hay que tener un pie en la realidad y otro en la fantasía; y el ambiente de aquella casa fue el propicio para poderla desarrollar.
Principalmente, las costumbres y creencias de su familia fueron transmitidas por el constante trato con la servidumbre, cuya estirpe surgía vívida desde la época de la colonia, por lo que dentro de la casa de sus abuelos se podía oír un lenguaje español mezclado con hablas indígenas africanas, venezolanas y de los nativos guajiros. En ocasiones, la abuela Mina solía usar retazos de esta lengua para despistarlo, sin tener en cuenta que él tenía mayor trato con la servidumbre que cualquiera de la familia.
Infancia: un pie en la realidad
Papalelo, como llamaba a su abuelo, era una figura imponente en la casa. Su sola presencia le inspiraba confianza y seguridad, y el realismo con el que relataba sus experiencias de batalla y vida política sirvieron de inspiración para sus futuras obras triunfales, como La mala hora (1962) y La Hojarasca (1955), describiendo el constante conflicto entre conservadores y liberales, sin mencionar la masacre de las bananeras.
Gabriel García Márquez admiraba enormemente a Papalelo; «Sólo en su presencia se disipaba el desasosiego y me podía sentir bien establecido en la realidad», señalaba en sus memorias, afirmando que siempre quiso ser tan seguro y valiente como su abuelo, y que, no obstante, lo único que le quedó de él fueron los nostálgicos recuerdos de su amor incondicional y del tiempo que compartieron. Algunos de ellos hicieron gran mella en su futuro como escritor:
A los cinco años, solía acompañar a Papalelo a hacer sus diligencias personales, en algunas de las cuales se aburría mucho; sobre todo cuando éste jugaba aquellas «interminables» partidas de ajedrez con el que llamaban el Belga, y quien terminó suicidándose (y llevándose a su perro con él) aspirando cianuro de oro.
Otra anécdota, y quizás la más resaltante, fue cuando su abuelo lo llevó a ver los animales de un circo que estaba de visita en Aracataca. Cuando el pequeño Gabo se acercó a uno de ellos, el Coronel se apresuró a indicarle que era un camello. Alguien cerca escuchó y le corrigió que en realidad se trataba de un dromedario, y éste, con el orgullo herido, le respondió que «no le veía la diferencia».
A pesar de ello, y algo avergonzado, volvió a casa con su nieto y sacó un pesado diccionario en el que buscaron la palabra en cuestión; ahí aprendieron que ambas especies se distinguían por la cantidad de jorobas. Desde entonces, el abuelo, quien nunca finalizó sus estudios por entrar a la guerra, regaló al pequeño el colosal libro y le incitó a leerlo, asegurando que «es el que nunca se equivoca, el que contiene todo y lo sabe todo».
Aquel diccionario le despertaba tanta curiosidad que, ya de adulto, lo describía como «el libro fundamental» de su destino como escritor. «Me lo leía como si fuera una novela, aunque apenas lo entendía», aseguraba en novelista.
Sin embargo, el primer libro literario en el que se sumergió apenas aprendió a leer fue Las mil y una noches, una recopilación de leyendas folclóricas arábigas, y que Gabriel García Márquez encontró olvidado en el depósito polvoriento de la casa de sus abuelos.
Gabriel García Márquez: una premonición aterradora
El pequeño Gabito no desperdiciaba cada oportunidad de devorar cuanto libro se le atravesara. En sus memorias, recuerda que su primera frustración de escritor se materializó cuando su prima Sara Emilia le prohibió ojear su colección de cuentos de Calleja por miedo a que la desorganizara. Lo irónico del caso es que, tiempo después, el novio de aquella chica, escritor y poeta, le comentó en voz alta al ver al pequeño leyendo Las mil y una noches: «¡Carajo!, este niño va a ser escritor».
Casi medio siglo más tarde, a nuestro novelista le pareció aquel comentario una «premonición aterradora».
Para cuando entró a cuarto año de primaria, ya había leído una gran variedad de libros infantiles y para todas la edades; desde Simbad el Marino hasta Robinson Crusoe, y fue esta amplia cultura literaria la que le permitió ingresar a la escuela de Cartagena de Indias sin los certificados de estudio anteriores, los cuales no había tenido tiempo de pedir en su colegio de Sincé debido a las continuas mudanzas de la familia.
Su entrevistador, y posteriormente maestro, fue nada menos que el director general de la escuela, quien quedó maravillado con las conversaciones sobre literatura que el pequeño podía sostener. Con ánimos de pulir su gusto por la lectura, le instó a leer otras obras muy famosas, como Don Quijote de Miguel de Cervantes. García Márquez tuvo que admitir en sus memorias que esta obra le pareció «aburrida y sin gracia», y que le costaba trabajo creer que era «la misma de la que todos hablaban».
Constante lucha con la pobreza
Los abuelos Márquez tomaron como costumbre criar a sus nietos durante las primeras etapas de su infancia, hasta el quinto de los once hijos de Luisa y Gabriel Eligio; Gustavo, quien se despidió del abuelo a sus seis meses de nacido cuando éste enfermó gravemente debido a un cáncer terminal.
Cuando falleció el coronel Nicolás Márquez, doña Tranquilina y algunas mujeres que seguían prestando sus servicios en la casa de Aracataca se mudaron a Sincé, con el resto de la familia. Por lo tanto, la panadería (que hasta los momentos sostenía a la familia), fue abandonada, y todos tenían que subsistir con las ventas de la farmacia que abrió Gabriel Eligio.
No pasaron mucho tiempo allí, puesto que el negocio no iba muy bien. Volvieron a trasladarse a Aracataca y se llevaron consigo la «farmacia» (refiriéndose al inventario de la tienda y sus documentos pertinentes). Por desgracia, la historia fue la misma; Gabriel Eligio se vio obligado a quedarse en Barranquilla estudiando el mercado mientras subsidiaba a la familia desde fuera del pueblo.
Para el momento en que don Gabriel se estableció, y el resto de su estirpe se reunió con él en la ciudad costeña, ya no estaba la abuela Mina ni el resto de mujeres (también de la tercera edad) que la acompañaban, por lo que la familia ahora consistía en los padres y sus seis hijos; todos prácticamente desconocidos para Gabriel, debido a que, hasta entonces, no había convivido más de tres años con ellos. «Para mí no fue una simple mudanza, sino un cambio de padre», reconocía en sus memorias.
La farmacia en Barranquilla tampoco rindió frutos; su padre salió de la ciudad nuevamente, dejando al pequeño y tímido Gabo encargado de la familia. Por ello, no tuvo más que aceptar un empleo de vacaciones en una imprenta que consistía en repartir folletos, y por el cual fue humillado en varias ocasiones, teniendo no más de doce años de edad.
A los trece años, cuando don Eligio regresó con algo de dinero a la casa, decidieron mudarse al pueblo de Sucre y montar allí un consultorio de homeopatía y una botica más, gracias a los que pudieron vivir con mayor comodidad, aun cuando nacía un miembro nuevo cada año. Hicieron lo posible para matricular a Gabriel García Márquez en colegio de San José en Barranquilla, ya que sabían que en aquel pueblo no recibiría una buena calidad de educación. Se quedó entonces en casa de un familiar mientras culminaba sus estudios, y allí el joven costeño conoció el libertinaje.
Leía a escondidas durante las clases, y muchas veces pasaba de estudiar para seguir leyendo. Ya para mitad de secundaria tenía fama de poeta empedernido y redactor de los diarios escolares. Aun así, no dejaba de ser el tímido muchacho desaliñado que no tenía suerte con las mujeres.
Vida romántica de Gabriel García Márquez
A lo largo de su estadía en Barranquilla, se hizo algunos amigos de un grupo de lectura. Por medio de uno de ellos conoció a Martina Fonseca; una mujer casada, cuyo marido viajaba regularmente, y de la cual se enamoró. Su tóxica relación le obliga a alejarse de ella y de todo lo que le hacía recordarla, por lo que convenció a sus padres para que le permitieran terminar sus estudios en Bogotá.
Tiempo más tarde, y habiéndose matriculado en el colegio de Zipaquirá de Bogotá, iba constantemente a fiestas y bailes nocturnos en sus visitas a Sucre durante las vacaciones, y en uno de estos terminó involucrado con otra mujer comprometida. Del último de sus encuentros con ella, casi recibe un disparo cuando el marido los encontró en la habitación. En aquel momento, Gabriel García Márquez tuvo la suerte de que el buen hombre le perdonara la vida porque conocía a su padre del consultorio de homeopatía, quien le había ayudado a curarse de una enfermedad. El rumor recorrió todo el barrio de Sucre, y su madre le prohibió terminantemente volver a ver a aquella mujer.
Aquellas experiencias le habían dado, en definitiva, una lección de vida. No volvió a involucrarse románticamente, hasta que, en otro de los bailes vacacionales, después de terminar el penúltimo año de preparatoria, conoció a la que sería su pareja perfecta; una joven de trece años llamada Mercedes Barcha, a quien le pidió matrimonio mientras bailaban la segunda pieza.
Ella se escabullía de sus propuestas con tanta gracia y vivacidad que a veces parecía que no le tomaba en serio, y eso fue precisamente lo que terminó de flechar a Gabriel García Márquez. Luego de esa noche, la vio en tres ocasiones más antes de viajar a Suiza con urgencia: cruzándose en una plaza de Sucre, a lo que le siguió un saludo furtivo; en Barranquilla, donde aceptó ser su pareja de baile por última vez, y sentada en la entrada de su casa, el día en que el enamorado escritor tenía que partir.
En las últimas páginas del primer volumen de sus memorias, Gabriel García Márquez cuenta cómo, sin dejar de pensar en ella durante todo el viaje a Ginebra, le escribió una carta; su última propuesta de matrimonio, y con la que amenazaba de quedarse en Suiza para siempre si no recibía una respuesta. No pasó mucho tiempo antes de que llegara a sus manos el sobre con el nombre de Mercedes Barcha; y en 1958, en Barranquilla, contrajeron nupcias. El 24 de agosto de 1959 nació su primer hijo, Rodrigo, en Bogotá, y cinco años después, Gonzalo, en Ciudad de México.
Un solicitado redactor: de Bogotá a Cartagena
Gabriel García Márquez veía los estudios como una pérdida de ingenio y tiempo; y con la angustiosa certeza de que sus padres guardaban demasiadas esperanzas en que él se hiciese cargo por si les pasaba algo, decidió confrontar a Luisa Santiaga para hablarle del futuro. Aquella discusión terminó en un acuerdo unánime en que estudiaría Derecho y Ciencias Políticas como carrera suplementaria hasta que encontrase su verdadera vocación.
De vuelta a la capital, y ya inscrito en la Universidad de Bogotá, leyó una crítica, redactada por el director del diario El Espectador, acerca de la incompetencia de la nueva generación de escritores colombianos. No pudo evitar tomarse el comentario de esta columna como algo personal, por lo que se decidió escribir su primer cuento titulado La tercera resignación, que dejó tímidamente en la recepción de El Espectador, y el cual fue publicado en primera plana dos semanas después.
Aquella fue la primera de muchas colaboraciones que aquel «redactor desconocido» había hecho para el periódico matutino, y a quien cuyo director no conoció en persona hasta unos años después.
El 19 de abril de 1947, habiendo culminado su primer año en la carrera de Derecho, azotó a la ciudad la revuelta popular que se inició por el asesinato de un dirigente político liberalista, Jorge Eliezer Gaitán, que terminó en una masacre de la que nuestro aclamado escritor apenas sobrevivió. Este episodio se conoce en la historia de Colombia como «el Bogotazo», y según cuenta Gabriel García Márquez, su buen amigo, Fidel Castro, en aquel momento un representante estudiantil de La Habana, también se encontraba aquel día de visita en la capital.
Con dificultad, logró escapar de la ciudad a los tres días, ya cuando el insoportable olor cadavérico impregnaba las calles. Todavía se podían divisar francotiradores desde las azoteas, y tuvieron que rodear las calles llenas de escombros hasta el aeropuerto, desde el que tomaría un vuelo de emergencia a Barranquilla, y de allí a Cartagena de Indias, donde haría una nueva vida y continuaría con sus estudios, aunque lo último no lo animaba demasiado.
Una vez en Cartagena, después de dormir en las calles por algunos días y poder costearse sólo la comida, se encuentra con un conocido del Bogotazo, quien le organizó una entrevista en El Universal, un nuevo diario que andaba en busca de redactores y periodistas.
Inseguro de sí mismo, prefirió quedarse en la habitación de un hotel que apenas podía pagar con la remesa que le pasaban sus padres. Por suerte, su amigo llama a la puerta y prácticamente es obligado a asistir a aquella entrevista que cambiaría su vida para siempre: el jefe de redacción encontró en Gabriel García Márquez un gran potencial como columnista, e inmediatamente le ofreció un puesto de redactor donde estaría publicando sus notas los años posteriores.
En este nuevo círculo social, oye mencionar constantemente a un grupo de redactores de Barranquilla, conformado por hombres conocidos en la lingüística y afamados críticos literarios. Por esta razón, al viajar a la ciudad caribeña para despedir a un amigo en el aeropuerto, decide pasar por las oficinas del diario El Nacional, y conocer a los famosos Germán Vargas y Álvaro Cepeda Samudio, quienes lo recibieron con un entusiasmo tal que le hizo saber que ya habían oído hablar de él. Más tarde, le presentaron a Alfonso Fuenmayor y al resto del grupo que, en una noche, se convirtieron en su segunda familia.
Un solicitado redactor: de Cartagena a Barranquilla
Después de haber reprobado el tercer año de la carrera de derecho en Cartagena, en 1929, a sus veintidós años, decide volver a Barranquilla para reencontrarse con el grupo, y sin siquiera habérselo consultarlo, Alfonso Fuenmayor le consiguió un puesto de columnista en El Heraldo; de esta manera, comenzó a publicar sus notas diarias tituladas «La Jirafa» y se estableció en un hotel donde, por el año siguiente, viviría con un par de sandalias y dos mudas de ropa.
Un tiempo después, el emprendedor grupo literario decide publicar su propia revista de interés cultural, político y deportivo llamada Crónica, de la que Gabriel García Márquez fue nombrado jefe de redacción. En este tiempo, se reencontró con Mercedes Barcha, quien le informó que un conocido en común fue asesinado por los hermanos de una mujer comprometida, con la que aparentemente tuvo una aventura.
A sus 25 años, Gabriel García Márquez decide dejar Crónica para volver a Cartagena de Indias a ayudar a su familia, y junto a su renuncia, la revista acabó luego de 18 números publicados en 14 meses.
Una vez en Cartagena, se dispuso a trabajar en un puesto temporal de censo nacional, y es ahí donde, dos años después, termina de escribir el borrador de su primera novela, La Hojarasca, ambientada en la guerra de los Mil Días.
Le ofrecieron un salario más que digno en El Universal mientras se encontraba en esta ciudad, y por la noche seguía escribiendo su columna «La Jirafa», que mandaba por correspondencia a El Heraldo. Sin embargo, a pesar de que los mayores ponían su grano de arena para los gastos de la casa, el peso de las trece bocas que alimentar le obligó a regresar a Barranquilla, donde también lo recibieron con los brazos abiertos por la calidad de sus notas diarias.
Obras literarias de Gabriel García Márquez
Como ya se había mencionado antes, La Hojarasca fue la primera novela publicada de Gabriel García Márquez. Sin embargo, en su primera versión, fue rechazada por la editorial Losada de Buenos Aires; cosa que consternó de sobremanera al novelista, pero que también le impulsó a mejorar muchos aspectos de su obra. Eliminó monólogos y eventos no tan relevantes en la historia, los cuales más adelante servirían de base para el libro que le rindió el premio Rómulo Gallegos (en 1972) y, diez años más tarde, el Nobel de la Literatura: Cien años de soledad.
Viajó entonces a Valledupar, pasando por la Sierra Nevada de Santa Marta, para encontrarse con viejos amigos y familiares que le permitieran una perspectiva más amplia de su infancia y de la historia de su familia, y así llenar los huecos argumentales tanto de la versión mejorada de La Hojarasca como de sus siguientes novelas, muchas de las que terminaría escribiendo fuera de su país natal.
Mencionar todos los aspectos de las obras de Gabriel García Márquez relacionados con sus experiencias reales haría de este artículo algo interminable; así que sólo les contaremos algunos de ellos:
Unos de los más resaltantes fueron los de El relato de un naufrago (1955), ya que esta novela empezó por una serie de entrevistas que le hizo el propio García Márquez en persona al único superviviente de la supuesta tormenta que llevó a la desaparición de siete marineros de la Armada Nacional colombiana. Estos relatos se extendieron en una serie de veinte capítulos semanales, que fueron publicados en el diario El Espectador a pesar de las constantes amenazas de muerte anónimas y las cartas de advertencia del Gobierno.
Una vez desvelada la verdad, el jefe del periódico envía al escritor a Ginebra como representante en una conferencia periodística que allí tendría lugar, por temor a que su vida corriera peligro. Lo que no sabía Gabriel García Márquez es que allí viviría, aproximadamente, los siguientes tres años.
Otra de sus populares obras, El coronel no tiene quien le escriba (1961), surgió como inspiración de la decepción y espera continua a una pensión que les había prometido el Gobierno a los veteranos de la guerra de los Mil Días, y que jamás llegó. Esta historia fue escrita cuatro años después de su viaje a Valledupar, en un hotel de París.
Uno de los grandes temores de su familia había sido su última experiencia en Barrancas, y por la cual no volvieron a pisar este pueblo: un hombre llamado Medardo Pacheco hirió el orgullo de don Nicolás Márquez por causa de un malentendido. Cegado de furia, el Coronel le propinó un tiro, al que le siguieron incontables amenazas por parte de los familiares del fallecido, que tendrían repercusiones en las generaciones futuras de los Márquez.
Durante su viaje a Valledupar y los pueblos cercanos, Gabriel García Márquez conoció a un hombre que parecía ya haber oído hablar de él. «Tu abuelo mató a mi abuelo», le dijo entre copas, pero no le dio tiempo al flacucho Márquez de salir corriendo cuando el otro rompió en risas, haciéndole saber que los errores de sus antepasados no tenían nada que ver con ellos. Este agradable sujeto resultó llamarse José Prudencio Aguilar: muchos lo reconocerán del personaje de Cien años de soledad que fue asesinado por Arcadio Buendía para defender su honor, como en la historia real.
Así, el escritor construyó el resto de sus obras durante sus viajes por el mundo: La mala hora (1962), en París, por el que recibió el Premio de la Novela ESSO; Cien años de soledad, México; El otoño del patriarca (1975), Barcelona; El amor en los tiempos del Cólera, en Colombia (entrevistando a sus padres por varios días seguidos), y otras desde reconstrucciones históricas (El general en su laberinto, 1989) hasta las más polémicas (Memoria de mis putas tristes, 2004).
Legado y últimos años de vida
La forma en que Gabriel García Márquez hacía notar sus ideales políticos le causaron algunos problemas para ser aceptado en su país natal y en Estados Unidos, sobre todo teniendo en cuenta su amistad con Fidel Castro. Sin embargo, el novelista era tan elocuente a la hora de escribir sobre política, que su influencia como nobel y uno de los impulsores del boom latinoamericano (junto a Julio Cortázar), le permitieron, en varias ocasiones, salvar a Cuba de intervenciones militares estadounidenses, además de lograr el apoyo de otros países.
A pesar de todos los contratiempos, este reconocido periodista y escritor pudo recorrer todo lugar que deseó: Nueva York, donde fue corresponsal de Prensa Latina (una agencia de noticias del Gobierno cubano); La Habana; Venezuela, y pasando por gran parte de Europa, experiencia que sirvió para su libro De viaje por Europa del Este (1978): Suecia, donde recibió el Nobel; Alemania; Hungría, en su capital Budapest; España; Polonia, y contando algunos países euroasiáticos como Rusia, Kazajistán, Georgia, Armenia y Azerbaiyán.
Nuestro nobel escritor no sólo nos dejó como legado sus atrapantes historias de realismo fantástico, sino una institución sin fines de lucro, cuyo objetivo es formar periodistas por excelencia desde la región central, englobando toda Sudamérica, a través de seminarios y talleres. Este organismo lo creó junto a su séptimo hermano, Jaime García Márquez, y tiene por nombre Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
Después de un doctorado honoris causa de la Universidad de Columbia y más de dieciséis obras publicadas, entre las que se suman sus cuentos cortos, novelas literarias, relatos periodísticos y autobiografías, Gabriel García Márquez fallece el 17 de abril del 2014, por un cáncer linfático que le había sido diagnosticado quince años atrás, y del cual se había recuperado. Los familiares del ilustre escritor colombiano aseguraron que en sus últimos años de vida no se encontraba en las mejores condiciones mentales para seguir escribiendo.
Así pues, no perdemos la esperanza de que otro boom de escritores de habla hispana de esta generación se alce en vuelo, en honor a éste y otros ilustres de la materia, como Cervantes, Cortázar, Mario Vargas Llosa, Neruda, José Martí y muchos más.
Para cerrar con broche de oro, nos complace traerte esta reveladora e hilarante entrevista a Gabriel García Márquez, donde nos cuenta su experiencia escribiendo Cien años de soledad:
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