En honor a su incansable lucha por la libertad, Ignacio Allende (1769-1811) es reconocido como un héroe nacional y uno de los principales artífices de la independencia de México. Gracias a su íntima relación con el ejército español, es considerado un elemento clave dentro de la primera fase del movimiento independentista. En la biografía de Ignacio Allende descubrirás más sobre un líder que, a pesar de haber encontrado un amargo final, permanecerá por siempre en la memoria colectiva del pueblo mexicano.
Biografía de Ignacio Allende resumen
Índice
Acaudalados orígenes
Ignacio José de Allende y Unzaga nació el 21 de enero de 1769 en el pueblo de San Miguel el Grande, ubicado en el estado de Guanajuato. Sus padres fueron Domingo Narciso de Allende y Ayerdi y María Ana de Unzaga, una pareja de adinerados comerciantes españoles. Fue educado en casa durante toda su infancia por profesores de alto nivel y, durante la adolescencia, dio clases en una institución a donde asistían hijos de soldados españoles.
Los registros indican que Ignacio Allende se unió al ejército español en 1802. Sin embargo, se cree que había estado involucrado con las fuerzas de seguridad de San Miguel el Grande desde que tenía 20 años. Las óptimas condiciones de vida que le había ofrecido su acaudalada familia le evitaban tener que buscar una profesión de este estilo. La decisión de Allende había resultado sorprendente para sus padres, quienes esperaban que el joven se encargara del negocio de la familia.
Vida en el ejército
No queda claro el momento en el que Ignacio Allende comulgó con la idea de que México debía ser independiente. Al haber sido criado en una familia de españoles de la alta sociedad, es poco probable que haya sido influenciado directamente por alguien de su círculo cercano. Los historiadores asumen que esta motivación pudo haber surgido durante su adolescencia, tras ver los abusos que sufrían los criollos en su pueblo natal, el cual contaba con una población mixta.
Desde sus inicios en el ejército, Ignacio Allende probó ser un soldado de cualidades excepcionales. Su destreza física y elevado nivel de educación lo llevaron a escalar posiciones rápidamente. La mayoría de sus promociones vendrían de parte del general Félix María Calleja, quien no tardó en ver las capacidades del joven. Más tarde, en 1808, Allende fue promovido a jefe del regimiento de caballería real de San Miguel el Grande, lo que le dio la oportunidad de regresar a su pueblo natal.
Ignacio Allende y los rebeldes
Para cuando volvió a San Miguel el Grande, Ignacio Allende estaba buscando la oportunidad de iniciar una rebelión contra España. Poco después de regresar, participó en una serie de reuniones independentistas llevadas a cabo en una provincia mexicana llamada Valladolid. Debido a la presión ejercida por el ejército y a lo difícil que resultaba para los rebeldes realizar viajes largos, estas reuniones no prosperaron. Sin embargo, la voluntad de Allende ya había llamado la atención de los independentistas.
En 1810, Ignacio Allende se reuniría por primera vez con otros independentistas españoles. Fue convocado por Miguel Domínguez, alcalde de Querétaro, a una reunión privada. En este encuentro, coincidieron sobre la necesidad de organizar un movimiento revolucionario que trajera la libertad a México. Asimismo, tuvo la oportunidad de conocer a otros revolucionarios como Josefa Ortiz de Domínguez —esposa del alcalde—, Miguel Hidalgo y Juan Aldama. La coalición decidió que Allende sería un excelente líder por su carisma y cercanía con el ejército.
El Grito de Dolores
Los miembros de la conspiración utilizaron la influencia de Ignacio Allende y sus contactos con el gobierno para obtener armamento. Simultáneamente, sostuvieron charlas con distintos grupos de soldados con el fin de sumarlos a su causa. A pesar de que la fecha pautada para el inicio de la revolución era diciembre de 1810, los planes se adelantaron cuando el virreinato emitió órdenes de captura contra los rebeldes y ofreció una importante recompensa por sus cabezas.
Los líderes revolucionarios se enteraron de que la conspiración de Querétaro había sido descubierta durante la madrugada del 16 de septiembre de 1810. En ese momento, Ignacio Allende y Miguel Hidalgo se encontraban en el pueblo de Dolores, ubicado en Guanajuato. Los insurgentes decidieron que el movimiento independentista debía comenzar inmediatamente. A la mañana siguiente, convocaron a los habitantes de Dolores y zonas aledañas para proclamar el inicio de una rebelión contra el gobierno español.
Ignacio Allende, Miguel Hidalgo y Juan Aldama exhortaron al pueblo de México a alzarse en armas contra el virreinato. Después de tomar control del pueblo de Dolores, el grupo de revolucionarios comandó a su nuevo ejército hasta San Miguel el Grande. Una vez en su pueblo natal, Allende sostuvo una reunión con su antiguo regimiento, en la que los convenció de unirse a su causa. Tras la alianza, los enfrentamientos con otras tropas no se hicieron esperar.
Ignacio Allende en la alhóndiga de Granaditas
Los líderes independentistas entendían la necesidad de que la revolución avanzara aceleradamente, con el fin de evitar que el ejército español pudiera organizarse y contraatacar. Ignacio Allende y Miguel Hidalgo dirigieron a los insurgentes a Celaya, donde las tropas españolas se rindieron sin disparar una sola bala. Lejos de creer que España comenzaba a ceder, Allende sabía que la verdadera contienda comenzaría cuando sus tropas llegaran a Guanajuato, ciudad cuyo control la Corona no estaba dispuesta a negociar.
Cuando el ejército insurgente llegó a la ciudad, la desesperación llevó a los soldados de Guanajuato a encerrarse en la alhóndiga de Granaditas. El refugio de los españoles era un enorme establecimiento comercial y un ícono de la región. Los revolucionarios rodearon la edificación y se enfrentaron a más de 500 soldados que defendían su posición. A pesar de que el conflicto se extendió durante cinco horas, muchos historiadores consideran este evento una masacre por parte de los rebeldes.
Inesperada separación
Después de enterarse de los horrores ocurridos en Guanajuato, los habitantes de Ciudad de México entraron en desesperación. El virrey reunió apresuradamente a todos los soldados que pudo encontrar y los envió a detener a los rebeldes. Ignacio Allende y su ejército insurgente se encontraron con este pelotón el 30 de octubre de 1810 en la batalla del Monte de las Cruces, ocurrida a las afueras de la capital.
Para Ignacio Allende, la victoria en el Monte de las Cruces marcaba el momento perfecto para dirigir al ejército a la capital y conseguir la independencia. Sin embargo, en el momento menos esperado, surgieron las diferencias entre los dos líderes revolucionarios. Miguel Hidalgo, quien lideraba a los pobres y a los indios, se negaba a avanzar hasta Ciudad de México, lo que produjo descontento entre los soldados dirigidos por Allende. Sin poder llegar a un acuerdo, el ejército decidió retroceder.
En su retirada —considerada unánimemente por los historiadores como el error más grave de la primera fase del movimiento independentista— los insurgentes fueron emboscados por los hombres del general Félix María de Calleja, antiguo superior de Allende. Las diferencias entre los soldados se reflejaron en el campo de batalla y el ataque sorpresa de los españoles fue exitoso. Tras la derrota, Allende y parte de los supervivientes escaparon a Guanajuato, mientras que Hidalgo se refugió en Guadalajara.
La derrota de Ignacio Allende
Perseguidos por Félix María de Calleja y sus tropas, el ejército de Ignacio Allende se vio obligado a escapar de Guanajuato y a reencontrarse con Hidalgo en Guadalajara. Reunidos, los insurgentes se prepararon para un nuevo combate, en esta ocasión posicionados estratégicamente en el puente de Calderón, ubicado a las afueras de la ciudad. Superados a nivel táctico, los rebeldes resultaron nuevamente derrotados en lo que, en principio, parecía una batalla ganada.
Tras una nueva retirada, el ejército insurgente se dirigió hacia el norte en busca de apoyo por parte de los Estados Unidos. En el camino, la relación entre Ignacio Allende y Miguel Hidalgo se tornó insostenible. Allende ordenó que el cura fuera arrestado y se proclamó como el único líder de la revolución independentista. El título le duró poco, pues en marzo de 1811 el ejército rebelde sería traicionado por el comandante Ignacio Elizondo, quien capturó a los líderes revolucionarios.
Después de ser juzgado por insubordinación, Ignacio Allende fue ejecutado el 26 de junio de 1811 en el estado de Chihuahua. Fue decapitado y su cabeza, junto con la de otros líderes independentistas, fue expuesta en una de las esquinas de la alhóndiga de Granaditas. Cuando México alcanzó la independencia en 1821, Allende recibió un merecido reconocimiento por haber dado inicio a la revolución. En 1824, sus restos fueron trasladados a la capital.
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