Biografía de Goya

Expresionista y cercano a la corriente barroca, Francisco de Goya (1746-1828) fue un pintor elevadamente vanguardista. Su acercamiento a la pintura partía de lo moral, más que de lo meramente estético; cada uno de sus cuadros era un ensayo sagrado sobre las razones y tormentos del hombre. La biografía de Goya será un paseo interesante por la vida y obra de un pintor que fue capaz de lograrlo casi todo.

Biografía de Goya resumen

Un zaragozano orgulloso

Francisco José de Goya y Lucientes nació en el pequeño pueblo de Fuendetodos, Zaragoza, el 30 de marzo de 1746. No existen muchos detalles acerca de la niñez de Goya. Sin embargo, se sabe que su experticia con la pintura se la debe en gran medida a su padre quien fue un artesano reconocido en Fuendetodos, el cual mantuvo a su hijo cercano a sus labores diarias.

La vida de Goya se desenvolvió en un hogar con dificultades económicas. Por ello, el joven zaragozano tuvo que buscar oficio desde muy joven. Ya que Goya admiraba el trabajo de su padre, ingresó al taller de pintura de José Luzán, un modesto pintor de la localidad de Aragón. Aunque, para este entonces, las habilidades del pintor aún eran escasas; pocos creían que Goya se convertiría en todo un fenómeno de la pintura.

Tras permanecer poco más de cuatro años con Luzán, Goya deseaba crecer aún más como pintor. Como resultado, decidió mudarse a la ciudad de Madrid. Su plan en la capital era conseguir una beca en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, la cual, lamentablemente, no obtuvo. En este tiempo se dedicó a trabajar para Francisco Bayeu, hombre que lo ayudaría a formarse artísticamente.

De paso por Italia

Si bien su estadía en Madrid dio sus frutos, ya que pudo colaborar en la decoración del Palacio Real de Madrid —gracias a su amistad con Bayeu—, Francisco de Goya necesitaba más. De este modo, el pintor emprendió un largo viaje por varias ciudades de Italia, como Roma, Turín y Milán. En el ambiente artístico italiano, Goya se interesó por el clasicismo y presentó el cuadro Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes.

De vuelta a España, hacia 1771, Francisco de Goya se asentó de nuevo en Zaragoza. En su ciudad natal, Goya se dedicó a la pintura religiosa. Casi todas las iglesias de la zona lucían murales pintados por el zaragozano, los cuales, con el tiempo, se convirtieron en lienzos como El entierro de Cristo y La adoración del nombre de Dios. Para esta época el español ya era reconocido por su fino pincel y por su distintiva habilidad para las siluetas.

¿SABÍAS QUE...?
Rembrandt y el español Diego Velázquez fueron las mayores influencias artísticas de Goya durante toda su carrera. De hecho, a través de la obra de Velázquez fue que Goya logró enamorarse del barroco y realizar el cuadro Cristo crucificado, en gran parte inspirado por el Cristo de Velázquez.

Goya: a la vanguardia de la pintura

De nuevo en Madrid, Goya ya era toda una celebridad de la pintura. Para el año 1789 Francisco de Goya ya contaba con el privilegio de ser el pintor oficial de la corte del rey Carlos IV, un trabajo que le permitió codearse con lo más fino de la realeza. En este medio, el español se desempeñó como retratista, presentando cuadros como La familia del infante don Luis de Borbón o los retratos que le realizó a la XIII duquesa de Alba de Tormes, Cayetana.

Sin embargo, este tipo de pintura, si bien mantenía sus finanzas, no era del todo lo que Goya buscaba con su arte. Por ello, para finales del siglo XVIII, Goya presentó una serie de cuadros que jugaban con temas de brujería, misterio y algo de misticismo, conceptos arduamente criticados en la pintura clásica. Así fue como nacieron las obras El aquelarre y Vuelo de brujas, donde se aprecia una técnica exquisita en el uso de sombras sobre lienzo.

Hacia el quiebre del tradicionalismo artístico

Si bien Francisco de Goya había desatado un poco de polémica con el uso de temáticas oscuras en sus pinturas, no fue sino hasta la llegada de La maja desnuda que el español atisbó una popularidad indefinible en España y el resto de Europa. Este cuadro se cree que fue inspirado por el esbelto cuerpo de la duquesa de Alba, a quien Goya había retratado en ocasiones anteriores.

Con el inicio de la guerra en España, hacia 1808, el artista sufrió un notable declive en su pintura. Para aquel entonces, el país estaba sumido en un terrorífico escenario tras la llegada de las tropas napoleónicas al país. Debido a esto, Francisco de Goya tuvo que dedicarse a la pintura patriótica y retratar por encargos. Aturdido de tanta desdicha, el español se enfermó gravemente y quedó sordo, situación que marcó notablemente su permanencia artística.

El legado artístico de Goya

Posterior a su sordera, Goya volvió a generar un interés en lo oscuro y lo moral. Este interesante estilo, que mezclaba a la perfección el expresionismo y el surrealismo, se perpetuó con la llegada de la serie Pinturas negras, una serie obras murales que escenificaban distintas situaciones macabras de manera gloriosa; grises y negros formaban una especie de sinfonía que enfatizaba en las penurias y oscuridades del hombre.

Con cuadros como Saturno devorando a su hijo y La romería de San Isidro, Francisco de Goya catapultó su estadía en el mundo del arte para siempre. Desde su muerte, el 16 de abril de 1828, las obras de Goya se mantienen regadas por entre los museos más importantes del mundo, como el Museo del Louvre, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y el Museo Nacional del Prado.

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